jueves, 16 de agosto de 2012

Los amores imaginarios

Subiendo al colectivo está el galán; ése que se sabe nunca nos va a pertenecer. Se viste maravillosamente bien, huele aún mejor, los zoquetes le combinan demasiado con los mocasines y de seguro es gay. Pero el masoquismo tal vez, o el deseo de nunca ser correspondido hacen que desde que sube en Tribunales hasta la parada en la que se baja una se imagine meciéndose en sus brazos. No lo conocemos. Desconocemos si domina el idioma castellano, si es fronterizo, si le tiene fobia a las arañas, si es pasivo o activo, si usa hilo dental, si es de All Boys o de Chicago, pero allí estamos otra vez flotando en el limbo: es abogado, por eso sube en Tribunales, huele rico y se viste bien porque es de clase media alta, acomodado pero no aristócrata; debajo del saco debe esconder la remera del Che, domina seguro dos, tres idiomas, y nuestros hijos serían bellos, es muy apto para procrear… ¿Para qué nos sirven los amores imaginarios?
Abundan, hasta diría sobran las historias a través de todas sus manifestaciones del arte; (porque sobran las canciones, las películas, las novelas, y hasta las pinturas) en las que el amor triunfa y la chica rica que conoce al chico pobre son felices y comen perdices (que a esta altura del partido ya no sabemos bien qué son pero se las comen)…el ciego recupera la vista, la lisiada se levanta y anda; y el amor y los pajarillos de colores que somewhere over the rainbow vuelan, nos dan un vuelco color de rosa. Cada una de las cuatro mujercitas después de los padecimientos se ubica con un hombrecito y la Bestia por una especie de milagro pierde los pelos, se convierte en un príncipe y conquista a la Bella.
Nos desbordan también las historias que nos dan un bocado más de realidad, con pasión arrebolada; pero no son más que páginas tristes, desgarradoras en las que el amor no solo no resulta triunfante sino que además se jacta de hijo de puta. El chico pobre es rechazado por la chica rica por andrajoso, la ciega pierde los ojos y a la lisiada le amputan las piernas, Romeo y Julieta siguen separados por el fucking balcón y hasta deciden suicidarse de a uno para poder dar rienda suelta a su amor, Quasimodo y Esmeralda no pueden unirse sino en la tumba; y Florentino Ariza alcanza con la punta de los dedos al amor de Fermina Daza pero sólo después de 53 años, 7 meses y 11 días con sus noches; cuando ya está en una edad en la que no pueden dar rienda suelta a sus pasiones.
Las hay trágicas y encantadoras, las hay desgarradoras y maravillosas porque a través de la historia como si sufriésemos de una eterna bipolaridad no se nos enseña los términos medios. Hay puntos blancos, como los hay negros. Más allá está el gris, pero nunca, nunca conviven. No puede en las viñas del señor existir una historia con los matices de los tres. 
Ésta puede ser acaso una invitación a la celebración de las historias que nunca son ni serán. No las historias con punto y aparte; ni tampoco las de punto final. Es una invitación a brindar por los amores imaginarios. Amores que duran segundos, tal vez días, tal vez un mes. Amores de puntos suspensivos. Enamoramientos que carecen de toda lógica cinéfila: no hay un galán que va a comprar a la tienda el mismo disco que la señorita a la que segundos más tarde está besando al ritmo de la canción del disco que, por obra de la misteriosa mano del dios hollywoodense que todo lo puede, eligieron al unísono con sonrisas de dientes perfectos.
Los amores imaginarios son la fantasía cotidiana que desde niño acompaña a quienes se especializan y diría, sin pretensión de rigurosidad alguna, se profesionalizan en el amar al amor. Quienes se enamoran imaginariamente cultivan desde antaño y largamente el culto profético del amor. AMOR entendido al ritmo de los boleros mexicanos que derriten, mientras las manitas tocan los copos de nieve aunque en Buenos Aires haga un clima tropical. El amor entendido como ese algo que algunos nos hicieron pensar que era de a dos. Ése que alguna vez hasta con leyendas griegas de dioses que separaban dos almas y las hacían desperdigar por el mundo con Eolo el viento que, empedernido, quería se volviesen a encontrar si el destino lo permitía. 
No debería sorprender a nadie el que haya en el globo millones de sentipensantes buscando la otra mitad, y completando los espacios en blanco del meanwhile que se llenan desde el primer deslumbramiento. La capacidad de imaginación de quien desea estar enamorado completa los requisitos que según el formulario imaginario de quien desea se candidatee a romperle el corazón en los segundos, minutos o días que dure el hechizo, debería cumplir. Así el amor a la vista puede ser viable, amable, simpático y hasta con aires de intelectual hasta en el momento donde lo imaginado se contrasta con lo real. Lo que en apariencia era soñado, quien en apariencia era Alain Delon con la guitarra de mariachi bajo la ventana recitando Baudelaire en perfecto francés; resulta ser un simplísimo y chato mortal que lo máximo y más interesante que puede esbozar es una idea acerca de las milanesas que se comió a la tarde (con foto incluida) o acerca de cómo empató su equipo el día anterior. 
Los sentipensantes aman la búsqueda por la búsqueda en sí. Aman el instante en que imaginaron en que el ideal podía llegar a ser real. Es discutible el hecho de lo fructuoso que puede llegar a resultar el vivir imaginando pero los amores imaginarios son así. No nos hacen más felices, ni menos mortales; nos caracterizan, nos significan y le dan sentido a una palabra que muchos esbozan y hasta en muchos idiomas, vaciándola de contenido: la palabra amor. Los amores imaginarios son entonces la calma al deseo de ser mucho más que uno en un mundo donde cada vez màs se nos enseña a la distancia a relacionarnos por separado. 
A pasos de distancia, a la vuelta de la esquina el amor puede esperarnos; para que en un parpadeo vuelva a desaparecer. Imaginemos. Qué más da!

Publicado en Revista Clarimonda: http://clarimonda.mx/edicion-33-especial-9-aniversario/

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