Considerado un fenómeno
editorial, cinematográfico y sociológico; la autora británica (hasta ahora una
ignota profesora de historia) ha vendido más de 100 millones de copias de la
trilogía que ya ha sido traducida a más
de 50 idiomas y casi alcanza la cifra del millón de entradas de cine vendidas
en menos de un mes.
¿Cuál es el secreto del éxito
de este Corín Tellado glamoroso en el
que las páginas y los cuadros de la película, conforman el maridaje perfecto
entre lo previsible y lo almibarado, lo seguro y lo que se supone osado? ¿Acaso
como un disco de The Beatles al revés, oculta Grey
entre sus sombras alguna especie de mensaje satánico que hace que
millones de mujeres (partidarias o no), no puedan desconocerlo? ¿Qué hace que
los bomberos de Londres hayan emitido
un comunicado advirtiendo los peligros de imitar el libro? ¿Qué conduce a una
mujer a masturbarse en un cine en México
viendo la película en una pantalla perdida de Sinaloha, por qué ha muerto
otra en una sesión sexual estrangulada por medias de nylon como en una escena
de la novela, por qué han aumentado los casos de lesiones por juegos sexuales
en Estados Unidos? Pero por sobre todo, ¿por qué se habla tanto del libro, de
la película, se escribe tanto? ¿Por qué escribo esto?
El argumento del culebrón es
bastante simple. Christian Grey es un
multimillonario, con un nivel de intimidad tal, que hasta su propia madre duda
de su sexualidad. Cuando conoce a Anastasia
Steele, una estudiante de literatura que lo entrevista, comienzan una
relación en apariencia solo sexual mediada por contratos escritos que Ana debe
firmar: allí certifica además de la heterosexualidad de Grey, la privacidad y confidencialidad de todo lo que hagan, y se
explicitan las cláusulas de la relación de dominante/sumisa.
Hasta aquí, casi que se parece
uno de esos cortos con los que uno puede encontrarse si se googlea “bondage” o “hard sex” en cualquier página web; razón por la que podría
entenderse la campaña: “Don´t watch 50´s
shades of Grey, watch porn” (“No veas 50 Sombras de Grey, ve porno”),
encabezada por tres actrices norteamericanas de la industria que recauda
mundialmente más que el mismísimo gigante de Hollywood.
Sin embargo, a E.L. James, no le han bastado los
disfraces y juegos que intentó incorporar en la búsqueda del erotismo de esta fan fiction basada en la adolescente
saga de Crepúsculo (de Stephenie Meyer).
Por el contrario, pudiendo haber hecho de esta una interesante
forma de romper con los tabúes sociales insertos que gravitan sobre el universo
de la intimidad femenina, eligió utilizar la poca temperatura alcanzada en las
hojas y en la pantalla, para ponerlos a baño maría cubriéndolo con el antifaz
de una tibia historieta amorosa concibiendo en palabras de Stephen King: “porno para
mamás” con la calidad de una prosa basura.
Lamentablemente, las
estrategias de marketing hicieron que
supere ampliamente las expectativas de venta, y que muchas mujeres hayan
comprado ese disfraz en pos de obtener el permiso imaginario de alcanzar libremente
el “grito sagrado” que aún no sabían conseguir. Ése que hace que en un mundo
donde 1 de cada 3 personas que miran sitios de pornografía en internet es
mujer, haya crecido la venta de e-books
porque las lectoras se veían avergonzadas por la lectura “indecorosa” de la
novela en público, y debieran leerlo en dispositivos móviles o cambiar la tapa
del libro por otra de uno más “socialmente aceptable”. Un mundo que adolece de hipocresía:
que se abarrota de imágenes de mujeres-objeto hasta para vender un dentífrico,
pero se estremece, escandaliza y condena la bizarra sensación que ocasiona un libro
que no destierra, pero sugiere; que no revoluciona pero se instala en las
tendencias de la actualidad, mientras desde la clandestinidad de una pc en
cualquier lugar del mundo esa 1 de cada 3 personas es mujer y busca
satisfacción.
Desde luego que la visión de
la sexualidad del emporio Grey, es
neta y absolutamente machista: la relación de dominación lo tiene a él como
dominatriz, no es ella quien lleva los pantalones ni se encarga de las nalgadas.
Está plagado de estereotipos, donde se concibe a la protagonista como una
persona emocionalmente inestable, que requiere de ciertos juegos previos: una
mujer romántica que no puede tener un buen revolcón sin propinarse la seguridad
de su entereza emocional. Lo comercial del asunto, favorece también a los varones
de turno que, con productos estrafalarios y portaligas de la marca, se ven
favorecidos con la “incursión” y la excursión a las “fantasías” de su amante.
¿Es entonces la saga el inicio
de un proceso de apertura en el imaginario colectivo? Podríamos pensarlo así,
si no hubiesen hecho de este un producto comercial, un fruto de la
idiosincrasia capitalista; fiel a sus fines y principios; y no a los futuros y
posibles finales de sus lectoras.
Existen intentos de
revolucionar aquello naturalmente revolucionado. Hay páginas de “porno para
mujeres”. Hay cursos de masturbación conjunta (permítanme dudar de este disfraz
de bacanal). Hay libros para incentivar el autoconocimiento y el placer
femenino, y que las mujeres que no saben la diferencia entre “vulva” y “vagina”
por ejemplo; conozcan las propias, se comparen y hasta las nombren. Todos son
intentos válidos, pero siguen siendo funcionales y estando al servicio de la
mirada de un otro que hasta ahora y desde el principio de los tiempos, sigue diciendo
aquello que sí, y aquello que no y casi pero casi siempre es hombre.
Faltarán entonces muchos Grey,
muchas Anastasias (esperemos que aquellos no echen por tierra el estilo) para
que como en otros planos de la vida, en el del deseo también hombres y mujeres
puedan completar sus puntos suspensivos y terminar sus historias como más les
guste sin esconderse en la clandestinidad de una sesión de incógnito en una pc.