jueves, 26 de febrero de 2015

Sombras nada más


 A pesar de la prosa torpe, liviana y poco atractiva, a pesar del rosario de clichés: del chico bello y multimillonario que enamora a la chica virgen de clase media soñadora, la saga de Christian Grey: el personaje que E. L. James llevó hasta la pantalla grande el día de San Valentín, es un éxito multimillonario que sigue llenando salas y reventando saldos editoriales.
Considerado un fenómeno editorial, cinematográfico y sociológico; la autora británica (hasta ahora una ignota profesora de historia) ha vendido más de 100 millones de copias de la trilogía  que ya ha sido traducida a más de 50 idiomas y casi alcanza la cifra del millón de entradas de cine vendidas en menos de un mes.
¿Cuál es el secreto del éxito de este Corín Tellado glamoroso en el que las páginas y los cuadros de la película, conforman el maridaje perfecto entre lo previsible y lo almibarado, lo seguro y lo que se supone osado? ¿Acaso como un disco de The Beatles al revés, oculta Grey  entre sus sombras alguna especie de mensaje satánico que hace que millones de mujeres (partidarias o no), no puedan desconocerlo? ¿Qué hace que los bomberos de Londres hayan emitido un comunicado advirtiendo los peligros de imitar el libro? ¿Qué conduce a una mujer a masturbarse en un cine en México viendo la película en una pantalla perdida de Sinaloha,  por qué ha muerto otra en una sesión sexual estrangulada por medias de nylon como en una escena de la novela, por qué han aumentado los casos de lesiones por juegos sexuales en Estados Unidos? Pero por sobre todo, ¿por qué se habla tanto del libro, de la película, se escribe tanto? ¿Por qué escribo esto?




El argumento del culebrón es bastante simple. Christian Grey es un multimillonario, con un nivel de intimidad tal, que hasta su propia madre duda de su sexualidad. Cuando conoce a Anastasia Steele, una estudiante de literatura que lo entrevista, comienzan una relación en apariencia solo sexual mediada por contratos escritos que Ana debe firmar: allí certifica además de la heterosexualidad de Grey, la privacidad y confidencialidad de todo lo que hagan, y se explicitan las cláusulas de la relación de dominante/sumisa.
Hasta aquí, casi que se parece uno de esos cortos con los que uno puede encontrarse si se googlea “bondage” o “hard sex” en cualquier página web; razón por la que podría entenderse la campaña: “Don´t watch 50´s shades of Grey, watch porn” (“No veas 50 Sombras de Grey, ve porno”), encabezada por tres actrices norteamericanas de la industria que recauda mundialmente más que el mismísimo gigante de Hollywood.
Sin embargo, a E.L. James, no le han bastado los disfraces y juegos que intentó incorporar en la búsqueda del erotismo de esta fan fiction basada en la adolescente saga de Crepúsculo (de Stephenie Meyer).
Por el contrario,  pudiendo haber hecho de esta una interesante forma de romper con los tabúes sociales insertos que gravitan sobre el universo de la intimidad femenina, eligió utilizar la poca temperatura alcanzada en las hojas y en la pantalla, para ponerlos a baño maría cubriéndolo con el antifaz de una tibia historieta amorosa concibiendo en palabras de Stephen King: “porno para mamás” con la calidad de una prosa basura.
Lamentablemente, las estrategias de marketing hicieron que supere ampliamente las expectativas de venta, y que muchas mujeres hayan comprado ese disfraz en pos de obtener el permiso imaginario de alcanzar libremente el “grito sagrado” que aún no sabían conseguir. Ése que hace que en un mundo donde 1 de cada 3 personas que miran sitios de pornografía en internet es mujer, haya crecido la venta de e-books porque las lectoras se veían avergonzadas por la lectura “indecorosa” de la novela en público, y debieran leerlo en dispositivos móviles o cambiar la tapa del libro por otra de uno más “socialmente aceptable”. Un mundo que adolece de hipocresía: que se abarrota de imágenes de mujeres-objeto hasta para vender un dentífrico, pero se estremece, escandaliza y condena la bizarra sensación que ocasiona un libro que no destierra, pero sugiere; que no revoluciona pero se instala en las tendencias de la actualidad, mientras desde la clandestinidad de una pc en cualquier lugar del mundo esa 1 de cada 3 personas es mujer y busca satisfacción.
Desde luego que la visión de la sexualidad del emporio Grey, es neta y absolutamente machista: la relación de dominación lo tiene a él como dominatriz, no es ella quien lleva los pantalones ni se encarga de las nalgadas. Está plagado de estereotipos, donde se concibe a la protagonista como una persona emocionalmente inestable, que requiere de ciertos juegos previos: una mujer romántica que no puede tener un buen revolcón sin propinarse la seguridad de su entereza emocional. Lo comercial del asunto, favorece también a los varones de turno que, con productos estrafalarios y portaligas de la marca, se ven favorecidos con la “incursión” y la excursión a las “fantasías” de su amante.
¿Es entonces la saga el inicio de un proceso de apertura en el imaginario colectivo? Podríamos pensarlo así, si no hubiesen hecho de este un producto comercial, un fruto de la idiosincrasia capitalista; fiel a sus fines y principios; y no a los futuros y posibles finales de sus lectoras.
Existen intentos de revolucionar aquello naturalmente revolucionado. Hay páginas de “porno para mujeres”. Hay cursos de masturbación conjunta (permítanme dudar de este disfraz de bacanal). Hay libros para incentivar el autoconocimiento y el placer femenino, y que las mujeres que no saben la diferencia entre “vulva” y “vagina” por ejemplo; conozcan las propias, se comparen y hasta las nombren. Todos son intentos válidos, pero siguen siendo funcionales y estando al servicio de la mirada de un otro que hasta ahora y desde el principio de los tiempos, sigue diciendo aquello que sí, y aquello que no y casi pero casi siempre es hombre.
Faltarán entonces muchos Grey, muchas Anastasias (esperemos que aquellos no echen por tierra el estilo) para que como en otros planos de la vida, en el del deseo también hombres y mujeres puedan completar sus puntos suspensivos y terminar sus historias como más les guste sin esconderse en la clandestinidad de una sesión de incógnito en una pc.


La nota original ha sido publicada en la Revista Polvo:
 http://www.polvo.com.ar/2015/02/sombras-nada-mas/

martes, 24 de febrero de 2015

Mi amor es el mar

¿Cuál es la distancia entre el  imaginario colectivo acerca de las relaciones y la vivencia de una relación humana real? ¿Es el amor romántico un ideal o existe en el plano real? Este es un intento de respuesta a la pregunta: ¿existe el amor para siempre?


Cuando una es una chica que creció viendo “Cuando Harry conoció a Sally” y “Tienes un e-mail” las posibilidades de encarar una relación exitosamente, son inversamente proporcionales a la cantidad de veces que se lobotomizó viendo esas películas.
En definitiva,  el momento mágico en el que la “chica” conoce al “chico” es sagrado, y no termina importando si no estallaron fuegos artificiales o si no hay mariachis cantando boleros hacia tu balcón.  No importa si el tipo en lugar de venir con las andromelias azules que tanto te gustan viene después de jugar a la pelota con un olor a chivo monumental.  Cuando sonríe te olvidás de las mañanitas del Rey David, de los pétalos azules, de los bigotes mexicanos, de Meg Ryan y de todo. El slow motion de las películas, esas que viste por docena, es real: porque nada te importa más que esa persona que es ESA como ninguna otra podría ser. Esa para la que te preparaste catorce horas antes combinando hasta las medias. Esa para la que te inventaste un discurso, te elegiste un chiste, que después cuando te habló olvidaste por completo. Esa para la que la agenda siempre se vacía y sos la persona menos ocupada del mundo. Esa misma que ahora por algún motivo pasó de ser el Marcelo Mastroianni de tu vida, al gil que stalkeás en todas las redes sociales para reírte y consolarte de los perfiles que se abre en las webs de citas para conocer gente y colocarla de vez en cuando. Ese gil que es un ser patético, triste y un chamuyero pero que por alguna razón no terminás de entender cómo consiguió que de sentirte Meg Ryan te sientas Rafa en el capítulo de Los Simpsons cuando Lisa escupe su corazón chuchú.
El tiempo pasa dicen algunos, también el agua corre debajo del puente, el reloj sigue dando las horas, y hay mil frases que uno puede repetir y no se cansa de escuchar, pero por algún extraño motivo suena una canción de rock de esa banda pedorra que le gustaba y todo lo que estuviste remando se diluye en el tiempo. Las salidas con amigas, el conocer gente nueva, el revisitar amores, el desempolvar hobbies, el llenarte de actividades sociales carecen de sentido.
Así como Harry amaba que Sally tuviera frío aunque estuvieran a 24 grados, que le tomara una hora y media ordenar un sándwich, la arruga de su nariz cuando lo miraba como si estuviera loco  y que después de pasar un día juntos su ropa conservara el olor de su perfume, hay mil cosas que uno aprende a amar de la otra persona. Cosas que no son costumbre, son alquimia pura: uno no ama la risa de cualquiera, hay risas molestas y algunas que llega a odiar, pero esa risa puede cambiarte esa mañana agreta en la que no querés madrugar.
Pasan los días, se suman canciones, salidas, conocen gente nueva, conocés a la familia y esperás que todo vaya bien, que les hayas agradado y que no hayan notado que estabas nerviosa porque no querés una historia de culebrón con cuñadas y suegras que te odian toda la fiesta de Año Nuevo.
No ponen nombre a futuros hijos: por suerte no piensan en ellos, pero imaginan viajes, y comparten historias de hermanos chinos que no existen, y cantan canciones en la guitarra que siempre suena desafinada pero que a tu voz a las tres de la mañana le queda genial.
No duermen los primeros seis meses, se aman en cualquier rincón de la ciudad, ya no importa si es en la vía pública, a la vista de los vecinos que se deciden sumar a la pijamada, o en el medio del río mientras adolescentes patinan las pistas de las que, estando a metros, solo escuchás el rasguido de las rueditas contra el asfalto.
Por eso lo que resta es esperanto. Lo que sigue en la historia está escrito en otro idioma que vas a intentar hablar: primero apelando a tu instinto autodidacta; justificando ausencias con responsabilidades y obligaciones y descuidos con desfasajes horarios; y después apelando a los traductores en que devendrán tus mejores amigas, que al mejor estilo de “Simplemente no te quiere” eludirán la verdad un tiempo, para asombrarse con vos después cuando llegue el “Adiós para siempre”, “ya no siento lo mismo”, “mi amor es el mar”, y todos los etcéteras con los que intentará calmar el llanto que nunca querrá oir, ni consolar, ni padecer; las horas en las que te sostenga la mano mientras esperás que en un acto de sincericidio responsable (porque tendría que existir un ente que regule la irresponsabilidad en el amor!) te cante las cuarenta como Eels en un:  “I‘m Going To Stop Pretending That I Didn’t Break Your Heart” (voy a dejar de pretender que nunca rompí tu corazón).
Lo que sigue es la fase a lo Bridget Jones, cuyos estadios clichés son gradualmente incrementados de acuerdo a la cantidad de días que transcurran sin que levante el teléfono o te conteste algún mail. No es necesario putearlo, no hacés escándalo, sos una mina zen. Pero necesitás entender. Necesitás un por qué. Te dijo que eras la mejor, te dijo que eras muy buena persona, que le costaba entenderte a veces de tan buena. Te expresó de mil maneras que le gustabas. Lo hermosa que le resultabas, lo mucho que lo calentabas. No lo dijo una vez, no fue circunstancial, te lo dijo durante mil horas, durante más de un año y medio. El adivinar qué pasó es tarea para el equipo de antropología forense, porque a esta hora el tipo habrá desaparecido. No hará caso a los mails que le mandás, adjuntando explicaciones que buscaste en libros apelando a su racionalidad. Tampoco hará caso a la memoria emotiva cuando le recordaste lo mucho que sonrieron en ese viaje que habían planeado juntos, o los momentos en los que creían que no había nadie más en el mundo. Para cuando responda un mail bomba de caca al estilo Deepak Chopra con frases maniqueístas (un “pecho frío” para los amigos futboleros), vos ya estarás sin comer durante una semana con la misma ropa, sin bañarte, sin levantar la persiana, con el ventilador apuntando a la cara como si fuese la diferencia entre respirar o morir, adormecida por el Xanax que conseguiste que te dejó dormir un par de días.
 Habrás pensado entonces en huir como si la soledad fuese la cárcel de Guántanamo. Te preguntarás en lo subsiguiente si lo que te duele realmente es la soledad, y como persona racional y adepta al empirismo lo probarás. Saldrás con cuanto pinche turista se te antoje, tomarás micros a lugares alejados, peligrarás en muchas ocasiones, seguirás llorando en otras en la mañana cuando todo termine y te preguntés que hacés en ese lugar, con esa persona que no es ni será él.
Pensarás en cortarte el pelo, cambiar de locación, de trabajo, de profesión. Rezarás a un dios inexistente para dejar de compararlo. Para dejar de esperar que la cantidad de los lunares que tenía en el brazo coincida, que los abrazos se sientan igual. Que los besos sepan igual. Que ese lenguaje que ahora es esperanto vuelva a ser el mismo, y que por un milagro aparezca y alguien te diga que saludes a una cámara, que todo era parte de una broma.
Ofelia - Millais (1852)


Pasará el tiempo, correrá esa agua que rezaban bajo el puente. Tal vez lo recuerdes mucho al principio, tal vez no. Tal vez en algún momento dejes de pensar que te lo vas a encontrar en el subte, entrando al mismo vagón entre las miles de personas que lo toman todos los días y dejarás de pensar que piensa como vos en qué estarás haciendo. Tal vez alcances el punto medio aristotélico y entiendas que una relación no puede ser todo, e intentes serte fiel a vos misma por un tiempo. Tal vez puedas escucharte y encarriles la pasión en otras cosas. Te llenarás de distracciones que te gusten, y un día llegará el momento en que su nombre ya no te duela como si fuese una parte del cuerpo.
No hay un libro que nos enseñe a superar el dolor de perder a otro. No existe una fórmula mágica, no es exacto. Tal vez es mejor pensar que el corazón es demasiado grande para amar a solo una persona en la vida. Que no existe un límite de historias a contar, que no hay un tope de abrazos y besos para dar. Y que hay más cosas lindas bajo el sol. Hay que completarse, para darse después. Reconstruirse y celebrar esa deconstrucción, para renacer y ser de nuevo feliz.
John Lennon escribió una vez: “Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja y la vida solo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en la vida merece cargar en las espaldas la responsabilidad de completar lo que nos falta”. Hoy pienso que tiene razón, tal vez me dure hasta que me deje enamorar nuevamente.

El artículo completo se publicó en la edición online de la revista mexicana Clarimonda:  http://clarimonda.mx/mi-amor-es-el-mar/ 

Salir con chicas que no leen

Segunda entrega de #Miscelánea: "Salir con chicas que no leen": Pro y contra de salir con chicas amantes de las letras.


¿SALIR CON CHICAS QUE NO LEEN/SALIR CON CHICAS QUE LEEN?


"Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo continuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida. "



Lámina José Villanueva -  "Las tres edades de la mujer"
Sal con una chica que no lee (Por Charles Warnke)
Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela. 



Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta. 

Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe. 

Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.

Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato. 

Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida. 

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza. 

No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.



El artículo se publicó en la edición online de la revista colombiana "El Malpensante": http://www.elmalpensante.com/articulo/1904/salir_con_chicas_que_no_leen_salir_con_chicas_que_leen.



Birdman: (La inexplicable virtud de la ignorancia).

Dirigida por el mexicano Alejandro González Iñarritu, la historia del hombre pájaro aterriza en la cartelera porteña este jueves, mientras marcha camino a la alfombra roja en la que reñirá con gigantes de la pantalla por el premio a Mejor Película entre otras nueve nominaciones.

A una semana de la entrega de los premios Oscar se estrena la última película del mexicano que modelara en cinta tantos amores perros en tiempos de amores líquidos en la torre de Babel, sopesando el alma en 21 gramos.
Llama la atención la inclusión de Birdman en la terna de mejor Película, y no por el hecho de que su creador sea el primer cineasta mexicano en ser nominado por  la Academia de Hollywood a Mejor Director; sino porque se diferencia en la galería de  biografías variopintas de pesos pesados que la componen: desde “The imitation Game” con la biografía de Alan Turing, “Selma” que relata el sueño de ni más ni menos que Martin Luther King, pasando por la vida y obra de Stephen Hawkings en “The Theory of everything” hasta la de un fanático enfermo en “El Francotirador”.





 Si bien es posible encontrarle el cariz biográfico al filme, al igual que a “Boyhood”, “Whiplash” y “Hotel Budapest” si nos lo propusiéramos, la propuesta de Iñarritu pareciera ser otra de un atractivo solo equiparable al de su guión (escrito por los argentinos Nicolás Giacobone y Armando Bo conjuntamente con Alexander Dinelaris y el mismo Iñarritu).
Birdman es más que la historia de un personaje. No es la historia de un héroe, ni la de un antihéroe. No es tampoco la de un líder o de la un genio iluminado que con introducción, nudo y desenlace escupe su lineal existencia en el tiempo y espacio que nos separan desde la butaca a la pantalla. Por el contrario, Iñarritu le colocó a Michael Keaton las alas para que alce vuelo y nos cante desde lo sombrío de la azotea de su conciencia, el soliloquio de la vida de Riggan Thompson: el actor que durante tres películas encarnó a un superhéroe marketinero que no lo deja ser el protagonista de su vida real.
Cansado de los éxitos de taquilla, y del olvido de un mundo que cotidianamente no recuerda a nadie, decide saltar a las tablas para alejarse del personaje que omnipresente lo ha convertido en el extra de sus días. Decide adaptar rudimentariamente entonces, una obra de Raymond Carver, y tal vez en el intento de darle verosimilitud a la ficción de su circunstancia y trascender, encarnar al protagonista de “De qué hablamos cuando hablamos de amor”. La obra es compleja, y yuxtapone las miserias del autor con las propias, y es de un realismo tal que hará que dada su banal percepción de las cosas se sature, para superarlo después.
El elenco que ha elegido (entre los que se encuentran los nominados Emma Watson y un inmejorable Edward Norton) y debe dirigir, será quien detrás de bambalinas en el devenir de los ensayos y los roces propios de humanidad a los que Riggan se ha desacostumbrado, encarrile al protagonista y haga del prototipo de onanismo ilustrado que los dirige, uno en condiciones de responder desde el proscenio a la pregunta del autor: ¿De qué habla cuando habla de amor?
El humor y la lisergia abundan, y los diálogos ácidos a cada minuto preparan el campo para quienes no están preparados para las altas dosis de realismo que el mexicano ha sabido adoptar del espíritu carvesiano deviniéndolo mágico.
Para la travesía no hará falta demasiado, y no hay que temer. El único miedo válido será el mismo profesado por Carver, quien temía a “que el presente tome vuelo”.



FICHA TECNICA:
Película: Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia).
Título original: Birdman or (The unexpected virtue of ignorance).
Dirección: Alejandro González Iñárritu.
Interpretación: Michael Keaton (Riggan), Zach Galifianakis (Jake), Edward Norton (Mike), Amy Ryan (Sylvia), Emma Stone (Sam), Naomi Watts (Lesley), Andrea Riseborough (Laura).
Año: 2014. País: USA. Duración: 119 min.
Género: Comedia dramática.
Guion: Alejandro González Iñárritu, Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris y Armando Bo.
Producción: Alejandro González Iñárritu, John Lesher y Arnon Milchan.




No prometer nada es un arte complejo

La siguiente nota inaugura la sesión #Miscelánea del mundo contradictorio: Allí compartiremos fragmentos de notas perdidas y encontradas en el mundo virtual de las letras. Esta vez de la mano de Fernanda García Lao, para Revista Ñ.


Pripyat, Ucrania.
" La percepción del tiempo ha de ser distinta. A veces imagino que los años son giros, una rueda de parque de diversiones. Uno sube y regresa distinto. El cielo se acerca por un instante, pero es ironía. El giro te devuelve al suelo. Sin espacio para cambiar, pero con un poco más de aire."




2015. A algunos, la llegada del Año Nuevo los coloca en la situación de hacer un listado de propósitos y objetivos a cumplir. La autora de esta nota sugiere evitar promesas y actuar sin límites ni calendarios.

No logro entender el tiempo. Hace unas semanas, en la oscuridad de un avión en el aire, un pasajero con insomnio me hizo esa declaración. Nadie entiende, respondí. El insistió: en algunos lugares es de día, en otros de noche. Es por la rotación del sol, me atreví. Ah, claro. La azafata nos llamó a silencio. Apuré un vasito de tequila y regresé a mi asiento. ¿El tiempo es luz? El absurdo me disparó la pregunta. No hay movimiento lineal. Vivimos alternando luces y sombras.

Los años nunca terminan en diciembre ni empiezan el uno de enero. Por más que el sentido común nos repita lo contrario, la convención no cierra. O seré yo. Sin noche, el tiempo se hace rastrero. En los polos deben padecer una especie de eternidad luminosa que dura seis meses, una oscuridad igual de perenne. La percepción del tiempo ha de ser distinta. A veces imagino que los años son giros, una rueda de parque de diversiones. Uno sube y regresa distinto. El cielo se acerca por un instante, pero es ironía. El giro te devuelve al suelo. Sin espacio para cambiar, pero con un poco más de aire.

A pesar de todo, el fin se parece en todos lados. Se acaba el año con estallidos de pólvora mientras hay que cenar las últimas migajas de tiempo. Se engulle sin recato, se riega con champán o sidra o cualquier otra efervescencia, y se explota sin elegancia en el aire. Hay un miedo ancestral sentado a la mesa en todas las latitudes. El miedo es el invitado de honor. Un pusilánime con temor a que la rueda no gire, a que se quede sin fuerzas, a que se acabe. Fin es igual a desenlace. Y ahora qué. La superchería nos empuja sin razón hacia el abismo. Lo que no fue, lo que salió torcido, todo espanta y ha de ser borrado sin más propósito que el de propulsarse como una ventosa felizmente liberada. Pero el abuso feliz es más que una artimaña de salvación. La fiebre inevitable del último día es un empacho que se construye con tesón a base de calor, cansancio, cuotas a pagar, y lujuria. Diciembre se parece mucho a un orgasmo porno: demasiado gritado. Luces, guirnaldas, posturas sin sentido. Sonreír y acabar, actuar la felicidad de estar vivos.

Algunos huyen, es cierto. Pero la fiebre los persigue y los encuentra. Los fugados se rehúyen y terminan haciendo cola por una falsa libertad en una playa abarrotada de gente.

El fin es el tiempo de las promesas. El abismo sugiere una proposición al cambio. Ser mejor persona, escribir mejor, ser solvente, buen ciudadano. Intentos de toda índole que no funcionan de febrero a noviembre ahora parecen posibles, al fin. Así como un devoto promete misericordia a la salida de la iglesia a cambio de algún beneficio divino, la humanidad jura que será decente en enero. Y hace listas, compromisos con un tibio deseo de superación que nadie toma demasiado en serio. O balances. Peor: la vida no es un almacén. Que las cuentas cierren define la materialidad de los propósitos. Y si no, la insatisfacción se hace inevitable compañera. Más que al balance, adhiero al balanceo. Al vaivén y al desequilibrio.

Cuando los ojos se acostumbran a la oscuridad de no saber, el mundo brilla distinto. Eso me digo mientras pasa el tiempo y escribo estas líneas. Nada como el vértigo de vivir sin juramentos, moverse por el deseo y dejarse asaltar por lo que el azar provea. No se equivoque, lo mío no es una demostración de anarquía simpática. Cada vez que hice un plan inventé un fracaso. Me aburre planificar. O será que mi padre murió por accidente un día de vacaciones. Entonces, decir mañana es decir tal vez. Mi futuro queda a una baldosa de mí. Y no lo recomiendo. Simplemente, no me nace un futuro allá a lo lejos. Veo una nebulosa y el movimiento de la rueda, hacia arriba. Sabiendo que habré de bajarme.

El que sobrevive al escándalo del 31, llega a enero como una monjita descalza al altar, sin mácula. Enero tiene la virtud de que todo parezca limpio. La roña ya se fue y las calenturas de diciembre han engendrado a un ser impoluto. El recién nacido, puro, aunque levemente transpirado por las altas temperaturas, babeará nuestro destino con su suerte. Si nace encorvado, nos rumbeará mal y ya nada será lo que esperábamos. Así que hay que ponerlo de frente, a cielo abierto, y observarlo como es. Un vacío esperando sentido. El desierto hecho de posibilidades. Lo no dicho.

Entonces, permitir el silencio. El arte de no prometer nada es una disciplina compleja. Siempre hay otro que espera que uno apalabre algo, que se pronuncie en relación al devenir. Que diga cómo va a hacer y qué con su tiempo. Pero nada más imprevisible que estar vivo. Y sin embargo, la necesidad de ser confiable. Esto sí, aquello no. No soy una política ni una atleta. No sé casi nada de lo que viene. Me digo que voy a ser yo, que voy a vivir en mi casa, que escribiré. Que saldrá un libro mío. Y sin embargo, la duda. Escribirlo e inmediatamente ponerlo en cuestión. La literatura me ha llevado a tensar la realidad. ¿Voy a ser yo? ¿Otra vez?

Hagan sus listas, prometan, planifiquen y después, mueran de risa. Prometo no prometer nada. Dudo del tiempo. De ustedes. Y de mí. Sólo quiero subir de nuevo.

El artículo se publicó en la edición impresa de la Revista Ñ, del 26/12/2015. Aquí la edición online: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/no-ficcion/prometer-arte-complejo_0_1274272571.html

jueves, 5 de febrero de 2015

The Imitation Game: el enigmático caso de Alan Turing

Candidata a ocho premios Oscar incluyendo la estatuilla por Mejor Película, “The imitation game” retrata a un atormentado Alan Turing: el matemático londinense que en la Segunda Guerra Mundial, a fuerza de mensajes decriptados, inteligencia artificial y el impulso indómito de un solitario, arrancó a millones de personas de la muerte. 



Ser parte de un secreto puede tornarse misterioso. Camuflar la verdad hasta encontrar la forma de abrazar la omisión, puede tomar dimensiones lúdicas y el silencio puede convertirse en parte del juego.

Estalla la Segunda Guerra Mundial y un demonio lidera las filas armadas que marchando se adueñan de la tercera parte de Europa. Los caminos se pueblan de cadáveres y es imposible adivinar los planes de un universo que se desangra por cada costado.

Desde la clandestinidad estratégica Real en Londres, Alan Turing (Benedict Cumberbatch) es invitado a ser parte de un secreto. El secreto que llevará cordura a la sinrazón, y con justeza cortará con tanta violencia de raíz. Un secreto que oculta otros en forma de crucigrama. Un secreto que suena a ese agresivo alemán que prolifera en cada estación de radio, pero por sobre todo uno que no trascenderá ni aun cuando triunfante se alce con la paz de naciones enteras. 

Con la misión de descifrar el código Enigma que encripta los mensajes nazis, pone a disposición del mundo su genio, inventa la máquina que descifra el código de las transmisiones y hace lo que mejor sabe hacer: esconde la verdad. Y es que su existencia completa es un enmarañado disfraz. La sombra excéntrica que lo acompaña, es la carga que debe llevar. Consigo tiene la esperanza de medio planeta, y la incisión de sus deseos que le dicen que por fuera de las convenciones establecidas sigue siendo homosexual y no puede demostrarlo. 

Es loable la labor de Benedict Cumberbatch en el papel de Turing, y muy merecida la nominación que lo acerca a alzarse con la estatuilla por Mejor Actor, al igual que la de la nominada a Mejor Actriz, saliendo un poco del personaje Brönte, Keyra Knightley.

Brillan en las aristas de la personalidad del matemático con el sostén del insoslayable guión, los colores y matices que Cumberbatch ha sabido con esmerada sofisticación legarle a este personaje seductor que esconde su alarido bárbaro existencial a la humanidad que no acepta a su héroe tal como es.

Tal vez y, en palabras de Yeats, para el mundo: “ Sólo lo que no enseña, lo que no grita, lo que no condesciende, lo que no explica, sólo eso es irresistible”. Debió sentirse confundido y preso de la resignación, cuando después de haber callado tanto, no pudieron perdonarle tan poco.



FICHA TÉCNICA:

Dirección: Morten Tyldum. Guion: Graham Moore, basada en el libro "Alan Turing: The Enigma", de Andrew Hodges. Fotografía: Oscar Faura. Música: Alexandre Desplat. Edición: William Goldenberg. Diseño de producción: Maria Djurkovic. Elenco: Benedict Cumberbatch, Keira Knightley, Matthew Goode, Rory Kinnear, Matthew Beard, Charles Dance, Mark Strong .Distribuidora: Diamond Films. Duración: 113 minutos. Calificación: apta para todo público.