viernes, 16 de mayo de 2014

Celebración de la subjetividad del arte

¿Se puede hacer "arte" de cualquier cosa? ¿Por qué, si el arte es propiedad inherente de la misma humanidad, no todos los hombres son artistas, y no todo lo que reluce es arte? Si el "buen gusto cultural" está institucionalizado, ¿qué es lo que hace que se pueda hacer arte de cualquier cosa sin excepción?


"Un pintor es un hombre que pinta lo que vende.
Un artista en cambio es un hombre que vende lo que pinta".
Pablo Picasso

La pregunta por los límites del arte

¿Se puede hacer "arte" de cualquier cosa? Desde la definición wikipediana e improvisable pareciera que sí. El "arte" es definido, desde su etimología, de la siguiente manera: "El arte (del lat.ars, artis, y este calco del gr.τέχνη) es entendido generalmente como cualquier actividad o producto realizado por el ser humano con una finalidad estética o comunicativa, mediante la cual se expresan ideas, emociones o, en general, una visión del mundo, mediante diversos recursos, como los plásticos, lingüísticos, sonoros o mixtos". Por tanto y ateniéndonos a la definición, cualquier mortal con el firme propósito de transmitir o comunicar una idea recurriendo a los sentidos podría decirse artista. Pero entonces, ¿qué es lo que hace que en las hileras del mundo, en cada esquina de barrio, a la espera del colectivo, en la cola del supermercado lo que no anden sobrando sean los Gauguin, los Joyce, los Debussy? ¿Por qué, si el arte es propiedad inherente de la misma humanidad, no todos los hombres son artistas, y no todo lo que reluce es arte?
Los patrones estético artísticos, se sabe, son establecidos de acuerdo a los intereses de clase dominantes. Desde que el mundo es mundo, la manera en que lo vemos, o al menos la forma en que creemos verlo, está determinada. Influenciados por las concepciones del poder dominante, naturalizamos la mirada de un todo bello al que no cuestionamos. Gravitamos en los márgenes de la sociedad aceptando los cánones estéticos que como divinos, nos son legados en la resignación por aceptar lo que se evidencia incuestionable.
Pierre Bourdieu, filósofo francés, ha dedicado su obra a demostrarnos cómo aquello que la sociedad incorpora como “el gusto legítimo” y los consumos que hace para ajustársele, son instituidos. Pensaba en los "habitus" como sistema de disposiciones subjetivas: sistemáticamente, los habitus culturales de los grupos o clases originan representaciones y prácticas, (por ejemplo gustos y consumos culturales) que se distinguen muchas veces rechazándose entre sí. Así los gustos de una clase social identifican, nuclean y relacionan a los individuos que la componen, distinguiéndolos y repeliendo incluso a los individuos de otra clase social. Entonces, podríamos suponer que el hecho de que a un porteño le guste el tango no responde únicamente a una preferencia natural hacia dicho género musical, sino también (porque existen aquellos que lo disfrutamos, y, permítanme incluirme) a una exposición y adecuación del gusto personal al mismo. De la misma forma, si encuestáramos a un grupo de porteños sabríamos que Borges encabeza su lista de autores favoritos indistintamente de si la tirria no les haya permitido terminar ni uno de sus cuentos, si sus obras fundamentales lucen en el primer anaquel de la biblioteca o si son eximios conocedores del autor.
Si el "buen gusto cultural" está institucionalizado, ¿qué es lo que hace que se pueda hacer arte de cualquier cosa sin excepción? La lluvia, una flor, un gato, la muerte, una manifestación, la sexualidad, el colon irritable, los mingitorios, los baños del avión, el arcoíris, el fútbol, una ventana, el vómito o la religión.
Hay arte marginal. Lo hay underground, subteground, indie, callejero y en las galerías fifí donde los snobs de turno ven manchas en la pared que analizan con un martini seco durante las dos horas que pueden simular no aburrirse ¿Cuál es el secreto de la consagración en el arte? ¿Cómo alcanzar el éxito e integrar la sala de la fama de los " artistas socialmente reconocidos"? ¿Hay un lugar en el arte para todos?



"Distopía de un amor adolescente"

Corría el año 2001. Yo no acababa de terminar la secundaria y con el clasificado bajo el brazo me sometía a una maratón de entrevistas laborales que asumía con la disciplina de un soldado. El contexto de la desocupación acuciante no me dejaba demasiadas alternativas y tenía entonces que destinar la guitarra y con ellas las chansons francesas de Piaff y Brel que me acompañaban tout le jour sin descanso, a las horas de ocio o al menos a lo que me quedaran de ellas.

A thousand years - Damien Hirst - Tate Modern Gallery - Londres
No resistía el desencanto de encontrarme en las filas enemigas. Me costaba esa situación de la competencia en las entrevistas. Ese análisis intrincado que puede hacerse de la otredad cuando hay un conflicto de intereses: que cómo viste, cómo pronuncia las "eses", si sostiene o no la mirada, quería dejárselo a quienes reciben un bono a fin de mes por ello. Pero me angustiaba.
A fin de cuentas, todo me era angustioso por esa época: mi padre sin trabajo, las noticias nada alentadoras; un país en "crisis": (las palabras "adolescente" y "crisis" debieran guardar sinonimia directa. El “enter” en el buscador, o el dedo humedecido en el diccionario -old fashion friend- deberían hacerlos coincidir). El popurrí de varios amaneceres agitados, con los cinco presidentes en una semana, las barricadas modernas, la violencia, los pañuelos blancos en la calle otra vez, los muertos, los indignados, los puentes cerrados de este lado del Riachuelo, los patacones, los corralitos, el hambre, y las noticias de una navidad más triste que la de Luis en la canción esa que siempre me hizo llorar en la voz de Gieco. Y el amor. El amor que como en el libro de Gabo, que había abandonado varias veces, por no creerme definitivamente que a veces hay ficciones que se parecen demasiado a la realidad, transitaba tiempos de cólera. Ya no sabía qué era lo que más me dolía.
Una tarde de esas tantas en el intento de desintegrarme en vida para restaurarme después, asesté algunos colores a un trozo de madera que había en casa. Como si profiriese los "alaridos bárbaros" de un Whitman en los tejados de un mundo que de momento se me antojaba horrible. El resultado, más allá de una catártica sesión de pinceladas nocturnas no fue el esperado. ¿Cómo la llamaste?, preguntó mamá. Se me antojaban muchos nombres. No se llama, contesté por ese entonces. Seguí pintando. Al menos lo hago porque me gusta. Lo hago de noche escondida de todos. Hablando sola muchas veces o con la radio. Así pasan las madrugadas, para los que no traducían mi insomnio.
Un amigo encontró el cuadro sin nombre. Quiso saber el origen. Le conté de mis rabietas y al principio no me creyó. Ponele nombre, dijo, con la seguridad de cuando uno dice cosas de gente adulta. Los hijos necesitan uno.
Se me antojó "Distopía de un amor adolescente". Me gusta mucho la palabra "Distopía", la utilizo bastante. No con la intención presuntuosa de orlar las conversaciones. No mantengo conversaciones cotidianas y la utilizo. No subo en ascensor figurándome distópica, pero la idea de la concepción de una realidad ficticia que no es en sí deseable, me atrae. Tal vez en esencia soy más distopista que utopista: me figuro lo peor como si pudiese catapultarme a lo que entre lo mejor es al menos alcanzable.


De cómo la distopía se "utopiza"

Algunas de las obras que pinté penden de las paredes de mi habitación. Otras escapan algo más al anonimato y osadamente se deslizaron por los pasillos, al costado de una imitación en serie de huevos Fabergé, acariciando levemente una hilera de LP que descansan en el living con las tapas, donde los dientes de Brel asoman entre las tapas argentinas de "Argentinísima". Nunca imaginé que pudieran trascender. Mis trazos no querían ser adivinados.
Un amigo, que por ese entonces estaba enamorado (lo menciono porque es la única opción
Piero Manzoni y su Merda d`artista (1961)
que encuentro para tamaño gesto) fotografió el cuadro y se quedó las fotos para "recordarme siempre"como la artista que soy. Ya no es mi amigo y no sé si ahora me recuerda. Si recuerdo que en ese momento hizo algo que me pareció increíblemente estúpido al principio, amable de a momentos y estúpido nuevamente para ser inolvidable después. Publicó las fotos que había tomado en varias de esas páginas web de compra/venta y puso a subastar la obra. Me pareció un gesto incomprensible de amistad. Lo más incomprensible, de todas formas, fue que al cabo de dos semanas recibí algunas consultas por el cuadro. Usuarios de la página consultaban por el tamaño de la pieza y solicitaban mi opinión sobre el lugar adecuado para colocarlo en una casa de campo en las afueras de la ciudad. Sencillamente, lo encontraba inverosímil. Me parecía una de esas sitcoms berretas estilo reality show: un desfile de artistas anónimos bizarros compitiendo en una carrera en la que resultaba vencedora.
Comencé entonces, incrédula, a publicar fotos de mis cuadros en las redes sociales. No en el afán de laurearme, por el contrario, quería desmitificarme. Al principio una catarata de likes, favs y retweets familiares me invitaban a la calma. Más allá del criterio artístico que tuvieran, el cariño sustenta un apoyo moral incondicional sobre el que descansaron mis inquietudes hasta que se comenzaron a sumar a las palmas de amistad otras no tan amistosas. Los mensajes de apreciación de las obras in crescendo exacerbaban mis expectativas hasta ese momento nulas. Me dirigí entonces a un par de galerías, no muy conocidas en San Telmo, donde me explicaron que si bien no tenía demasiada técnica, desde la concepción y con una curaduría decente, la serie de "Distopía de un amor Adolescente" (el nombre ya comenzaba a gustarme) podría venderse fácilmente.

Imaginaba entonces mi cuadro pendiendo de los muros de la galería, aguardando por vestir otros muros desnudos de vida en el hogar de lo que ahora pensaba como la historia de cualquier existencia que me era ajena.
De utopías y de caos: Efecto mariposa

Si Hirst pudo dar la vuelta al mundo con una cabeza de vaca comida por moscas, Duchamp pudo revolucionarnos con los mingitorios, Manzoni entregó al mundo enlatada la "Merda d´artista", yo podría, entonces, legarme en un trozo de madera. Tan solo y simplemente porque el arte es parte de la humanidad que nos constituye. Es el grito que atávico se nos escapa diariamente y en todo lo que hacemos. Es la confesión de nuestros secretos mejor guardados. La reinvención constante y revolucionada. Es, en palabras de Theodor Adorno, "la magia liberada de la mentira del ser".
La teoría del caos, de carácter determinista, establece que el Universo es inestable, tiende hacia la ruptura, todo es incierto, "todo lo sólido se desvanece en el aire". El caos deviene determinista en el sentido en que una pequeña causa inicial, mediante un proceso amplificador, podrá generar un efecto considerablemente grande, dadas las circunstancias originales que suscitaron esa causa. Así: una causa pequeña producirá un gran efecto (el aleteo de una mariposa en China que produce a millones de kilómetros de distancia un huracán) y una causa grande produce un pequeñísimo efecto.
X años después, encontré en el jardín de mi casa, unas maderas sutilmente manchadas por unas latas de pintura que mi padre le había apoyado encima. Los colores negro, rojo y bordó me sugirieron en conjunto muchas cosas. Como aficionada a la pareidolia y como esa niña que soy que aún adivina en el techo con las manchas de humedad, con las nubes los días claros y con las sombras por la noche interpreté lo que tuve ganas.
Había tenido hacía poco la oportunidad de concurrir a una exhibición donde el artista exponía su obra pendiendo de un gancho en la pared. Lo que pendía no era un objeto de su elaboración. Era, más bien, una de esas piezas que cualquier mortal podría haber escogido entre los escaparates de una avenida "X", un día cualquiera. Una excelente curaduría hacía que las piezas del rompecabezas, desde la biografía del autor, su personalidad, el contexto socioeconómico en el que vivía, encajaran magistralmente: Voilà la genialidad del artista, la ilusión estaba completa.


Insoportable es la levedad del ser

Yo podré ser ilusionista, pero no ilusa. Con un poco de la magia que habían usado para esa exposición, estaba dispuesta a demostrarme que es posible transformar los objetos cotidianos en símbolos que satisfagan a los sentidos en la pretensión de ir aún más allá. En este caso pensando en la curaduría que había atestiguado en la oprobiosa muestra, lo intenté desde el costado biográfico, con los datos de color del amigo enamorado, la desocupación como recurso poético: la crisis y la chica triste con el diario bajo el brazo, que se fundirían fácilmente en los colores lúgubres y los trazos aguerridos de la pieza.
Sentí culpa al principio. Pero era ya una necesidad. Un morbo inocultable. Se había convertido en uno de esos pasatiempos culposos como el de comerse las uñas, o de sacarle toda la miga al pan. La dimensión de la historia hizo que el trozo de madera cobrara vida. Tenía a mi Pinocchio sin necesitar a Pepe Grillo.
"La distopía de un amor adolescente" no es, ni fue tal. Diría sin mucha rigurosidad que es el capricho irrefrenable que me nació por burlar las fronteras que se suponen establecidas en el ámbito del arte entendido como tal. El arte en tanto subjetivo tiene para cada uno un significado distinto. Nos interpela desde afuera, nos llama a cuestionarnos y si lo que admiramos no consigue movilizarnos desde las entrañas, por más institucionalizado que esté no debería ocupar un lugar ni en nuestras retinas ni en la memoria.
El arte, lector amigo, pareciera ser el único rastro que los humanos podemos dejar en la Tierra. Por ello aunque las obras no
Distopía de un amor adolescente
se han vendido aún no quería perder la oportunidad de seguir viviendo a través de ellas, o al menos a través de esta historia que hice que la constituya. Tal vez porque todavía no subí en París los 1665 escalones que me llevan al edén. Tal vez por las melodías que me quedan por escuchar, y tal vez, por qué no, por el placer de ser.


Nota: La autora invita a visitar la obra, que ha puesto a subastar, con la crónica incluida que puede visitarse en el siguiente link: Subasta: "Distopía de un amor adolescente"
Invita entonces a los intrépidos y a los galeristas del mundo a celebrar con ella el arte.


La nota puede leerse también en la Revista Alrededores:
http://www.alrededoresweb.com.ar/2014/06/celebracion-de-la-subjetividad-del-arte.html

Algunos clásicos de la literatura infantil

En horas de la siesta escondidos bajo una frazada comiendo una manzana al grito de Atreyu como Sebastián en "La historia Sin Fin", los días de lluvia escuchando las gotitas sobre nuestra cabeza, o en verano al abrigo del viento que aliviana el sol, algunas de estas historias que menciono como al pasar, como quien no quiere la cosa, supieron adornar las horas en que nuestras cabecitas eran apenas pequeños tic tacs en la bomba de un tiempo que no se detiene. 

** Elsa Bornemann: La reina del desencanto adolescente.

Elsa Bornemann
Con historias de fantasmas que enamoraban adolescentes en la playa en época de vacaciones, Víctor el elefante con conciencia de clase, los cuentos de Thelma en la búsqueda del amor que le prometía el horóscopo, de las manos que abrazaban sin tener el resto del cuerpo, con Naomi y Toshiro, dos niños que en Hiroshima se proponen alcanzar las mil grullas para que su amor no sea en vano, con la de la mujer solidaria que compra tantas chucherías en el tren que se termina poniendo un kiosko, en ese mundo variopinto y estimulante que nos propone el anecdotario bornemanniano; Elsa Bornemann se gana el lugar en la marquesina de las reinas de la prosa adolescente en Argentina, y por qué no en Latinoamérica. Nos invita a repensarnos, y desde la adultez aún, en metáfora verde y puberiana , nos acerca también la posibilidad de cuestionar las bases que nos han sido legadas como incuestionables. En ese intento rupturista, Bornemann como sujeto de cambio alejada de las maravillas color rosa de sus líneas fue prohibida en Argentina, por la Junta Militar en el Gobierno de facto en el año 1976 bajo el pretexto de que su obra: "Se trata de cuentos destinados al público infantil con una finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria para la tarea de captación ideológica del accionar subversivo" y que "de su análisis surge una posición que agravia a la moral, a la familia, al ser humano y a la sociedad que éste compone". Apología de la libertad, la solidaridad y la justicia. Un delito inexcusable que se constituye en otra de las razones por las que la autora debe ser un clásico reivindicado entre las nuevas generaciones.  
Hay muchas, muy buenas y económicas ediciones: la editorial Alfaguara tiene todos sus títulos. fácilmente rescatables de los anaqueles de los saldos de tu librería amiga de la calle Corrientes.

**"Aventuras de Rufi, Isa y Tolín": Rafael Gómez Pérez.


Las Aventuras de Rufi, Isa y Tolìn 


Rafael Gómez Pérez, un periodista, crítico literario y profesor español, dio vida a los tres personajes de cuento que junto con el Espíritu Gordo de la Verdad crecían a fuerza de moralejas y enseñanzas que los desopilantes sucesos que vivían, nos impedirían olvidar. Un niño que odiaba la lluvia, Sofía la princesa encantada, Pitito el sabelotodo, un semáforo cansado de indicar correctamente los colores, un grillo extenuado que solo se reanima cuando interpreta a Bach, completaban un universo que satisfacía el ocio de los niños que embobados nos sabíamos sus historias de memoria. 
Es posible encontrarse con algunos títulos en Mercado Libre. 


Yo y Hornerín
**"Hornerín y yo" y "Las Aventuras de Chingola y Hornerín": María Hortensia Lacau.

Chingola es una niña especial. En el pueblo de Beyé Beyé no hay televisión, y no abundan los juguetes modernos que tienen los niños de la ciudad. En cambio existen leyendas que cobran vida en carnaval cuando la Doña del Bosque ofendida quiere arremeter contra los pajaritos que le enseñaron a hablar su idioma. Imposible desprenderse de esta historia, repleta de los detalles que hacen que brille atemporalmente. 

Chingola y Hornerín
Hace poco volví a leerlos, y conservan intactos todas aquellas sensaciones que hacen que uno piense que es posible a pesar del paso de los años, conservar la magia que nos hace distintos, mientras el mundo como en una horrible cadena de montaje, tiende a homologarnos.
De Editorial Plus Ultra, es posible encontrar algunas ediciones junto con algunos títulos de la colección en Mercado Libre o Más Oportunidades.





**La Torre de Cubos: Laura Devetach.
Este libro es uno de mis favoritos. Lo leí en el primer grado de la primaria cuando estaba aprendiendo a analizar oraciones. La maestra nos hacía marcar el sujeto, el predicado y los verbos en lápiz. Nunca me gustó escribir los libros. Hoy agradezco las anotaciones que aburrida entre tanta perorata sintáctica anoté.
Irene concibe un mundo que se imaginaba mejor. Su casa triste y sin colores cobraba vida en los dibujos del pueblo de monigotes que esbozaba en la pared que su mamá le había regalado. No tenía lápices de colores como el resto de los nenes. Debía alcanzarle con un carbón. Pero su pueblo inundado a veces por la lluvia que había rasgado, en el que se habían multiplicado los paraguas y los monigotes que aprendían malas palabras y frases graciosas gracias a las sopas de letras que cocinaba, sobraban para agrandarle el alma y enaltecer las esperanzas de quienes también desde pequeños notamos que definitivamente tendríamos que luchar por alcanzar un horizonte mejor. 

Como regalo de la autora, un pequeño fragmento de esta deliciosa historia:
"(...)Mamá no estaba. Tardaría en regresar trayendo su aromática bolsa llena de frutas y verduras. Cuando volviese, Irene la asaltaría y clavaría los dientes en el jugo abultado de las uvas. Entre tanto, armaba cosas con sus cubitos amarillos y rojos y hablaba con ellos mientras sentía el frío de los mosaicos. (...)La ventana estaba lista en el medio de la torre. Era así. chiquita. Como para que se asomase una persona del tamaño del dedo pulgar de Irene. La torrecita temblaba de miedo de romperse, pero se mantenía firme. (...) Primero parpadeó tres veces, luego cinco, porque desde el otro lado una cabra le sacó la lengua. (...) Se agachó nuevamente, espiando por el agujerito, y la cabra le dijo: "¡meee!" Irene no sabía que pensar. Espió de nuevo. Habia colinas azules y muchísimos durazneros en flor. Las cabras blancas subían y bajaban por una montañita de todos colores. (...)Era una verano tierno, de durazneros. Era un cielo liso como dibujado en la arena por la palma de una mano. Eran unas briznas de lenguas mojadas y allá, a lo lejos, enroscando humaredas desde las chimeneas, un grupo de casitas. En pueblo Caperuzo todos tomaban té con miel a las cinco de la tarde.(...)-nosotros defendemos, -explicaron-,defendemos al que lo necesita.

La torre de cubos
(...) -defendemos a los negros, cuando los blancos los desprecian. Les susurramos al oído: "negro, negro, tu cuerpo es brillante como la piel de la manzana, tu cuerpo es bueno y buena es tu cabeza. Tus manos son raíces que fuera de la tierra morirían. Hay que enterrarlas, aquí, y crecer y transformar los jugos del mundo para dar frutos. Negro, negro, -así les decimos-, hay que trabajar y aprender y enseñar hasta que cada brizna del campo reconozca tu buen cuerpo brillante como una manzana". (...)Los duendes de colores la llevaron a las colinas azules. Colgaban de los durazneros ligeros columpios, en los que Irene se hamacó riendo. La boca se le llenaba de viento con sabor a té. (...) El sol era un jugo lento sobre las colinas azules, Irene pasó toda la tarde conociendo maravillas. Aprendió a hacer delicadas torres de arena, a llamar a los peces rojos, a remontar barriletes desde los barquitos pardos. Cuando cayó la noche las aguas color membrillo se pusieron mas intensas y un incendio de estrellas se volcó en la superficie de las colinas. Las casitas seguían enroscando humaredas con sus chimeneas. Al acercarse al pueblo dejaron atrás el claro garabato de los durazneros. (...) Irene se sentía feliz allí. El olor a pan y a durazneros le llenaba el cuerpo. Las casitas caperuzas eran pepitas de luz suspendidas entre las colinas. (...) Irene cantó una alegre canción con los caperuzos y luego pensó que debía regresar. Un pequeñito apilaba cubos dorados. Al mirar por la ventanita de la torre, Irene vió a mamá que la buscaba por la casa. Sus aromáticas bolsas de frutas y verduras estaban en el piso, junto a los cubitos amarillos y rojos. Se levantó la pollera y el vértice de sus piernas rozó apenas la torre dorada. Con los dedos en manojo arrojó un beso para los caperuzos y corrió a morder el jugo de las abultadas uvas de mamá. Estaba segura de que si se lo proponía, su casa sería muy pronto una casa de caperuzos."



** Colección "Elige tu propia  Aventura"!! 
¿Cuántos de nosotros habremos leído esta colección?
En los libros de "Elige tu propia aventura" la historia está narrada en segunda persona, como si el lector fuera el protagonista del libro. Tras una introducción a la historia, se ofrece al lector la posibilidad de elegir por primera vez entre distintas opciones, que determinarán las acciones que emprenda el protagonista.


Elige tu propia aventura


Los tipos de final de los libros incluyen:

Al menos un final (a veces más) con una resolución que se desea mucho y que implica el éxito del protagonista en su misión. A menudo incluye el desentrañamiento del misterio y una recompensa económica.

Varios finales que concluyen con la muerte del protagonista, alguno de sus compañeros en la aventura o ambos, como resultado de una decisión incorrecta. También se incluyen aquí finales muy negativos (como, por ejemplo, un arresto o un encarcelamiento).

Otros finales que pueden ser satisfactorios (pero no el final más deseable) o insatisfactorios (pero no tan malos como los otros).
Ocasionalmente, el lector puede encontrarse «atascado» en un círculo vicioso en el que siempre acaba en la misma página (a menudo acompañado de alguna referencia a que la situación resulta familiar), como resultado de alguna elección particular. En este punto su única opción es volver a comenzar el libro.
Un libro, OVNI 54-40, de Edward Packard, trata acerca de la búsqueda de un paraíso que nadie puede alcanzar de forma activa. Una de las páginas de ese libro describe cómo el protagonista encuentra ese paraíso y vive feliz para siempre, pero este final sólo se puede encontrar si el jugador ignora las reglas y busca en el libro aleatoriamente. En el final se felicita al lector por descubrir la manera de encontrar el paraíso.
(Fuente: Wikipedia)


http://www.lanacion.com.ar/1690537-vuelve-un-clasico-elige-tu-propia-aventura-tambien-para-chicos-de-5-anos




sábado, 10 de mayo de 2014

Todo lo sólido se desvanece en el aire - "La llave"

¿Por qué será que hay muros tan altisonantes y muros tan mudos?"
Eduardo Galeano.


Hace poco más de una semana de la suspensión de la negociación de paz de Israel con el pueblo palestino. Negociación que se suma a los procesos diplomáticos fallidos que fracasan desde hace más de una veintena de años: desde los intentos en Oslo (1993 y 1995) y Camp David (2000) por frenar la ocupación; hasta los de Taba (2001), Annapolis (2007), Washington (2010) y los actuales auspiciados por Estados Unidos para reiniciar las conversaciones de paz en pos de la reconciliación entre israelíes y palestinos.
Mientras tanto y desde el año 2002, argumentando la necesidad de proteger a los civiles del pueblo de Israel del terrorismo palestino, el "Muro de la Segregación Racial" se erige a lo largo de la Línea Verde y en Cisjordania a través de miles de kilómetros de hormigón, púas y espanto, separando a más de 640000 palestinos de sus familias.

Bajo el dominio militar israelí, hace ya más de 47 años, la población palestina lucha por despertar de la pesadilla que nunca soñó. La misma en la que familias son brutalmente separadas sin razón aparente, sin siquiera respetar las visitas que se autorizan dos veces al mes. La misma en la que las detenciones son arbitrarias y sin previa acusación un ciudadano que no cometió ningún crimen, por el solo hecho de pertenecer al pueblo palestino, es arrestado durante un tiempo incierto que se extiende más allá de los 6 meses que establecen como máximo las leyes de detención; sin derecho a un abogado o defensa alguna. Un sueño horrible en el que ni las mujeres embarazadas pueden abrazarse a su libertad. En el que los hombres son "evidencia secreta" y deben permanecer solitarios encerrados a la espera de que por fuera de los barrotes su familia no haya sido alcanzada por la injusticia. Es el relato de la distopía de la tierra en la que los olivos en flor no renacerán la próxima primavera. Son arrancados como si en cada uno se extinguiese la memoria del pueblo que no se secará, y que aún sobrevive.
Con el auspicio de la Embajada de Palestina, "La Llave" retrata a la perfección la historia de una niña, en el marco de una diáspora del pueblo Palestino, que sueña hasta despierta con escapar.

La cita es los días viernes en el "Paraje Artesón", un antiguo PH remodelado en el barrio de Almagro, donde desde los pasillos de la antesala a través de la mirada inefable de Davide Casali plasmada en sus fotografías, nos es posible aclimatarnos como cuando en un abrir de ojos se apaga la luz.
"¿Por qué estás aquí? ¿Cuál es tu nacionalidad? ¿Dónde está tu papá? ¿Cuál es tu idioma? ¿Por qué tienes ese acento?" Las voces se multiplican y alimentan la pesadilla de la niña que desde su habitación planea con doloroso placer el escape, como si el hilo del que todos sus sentimientos penden no fuese invisible y se hiciese insondable. Abraza sus orígenes, y huye del destino entre los juegos que inventa para alimentar la leyenda que hace que se olvide por un rato que en el departamento al que se ha sido confinada, todo huele a viejo y de las naranjas de la abuela solo le queda el recuerdo.
Sherry Denis hegemoniza el tiempo con un excelente dominio de la escena, en la que el trabajo de entrenamiento y expresión corporal de Liliana Lago monopolizan la atención en el cuerpo de la niña que en la oscuridad le teme a su propia luz. Las sábanas esconderán los vestigios del pasado y se irán arremolinando y desenrollando a medida que el miedo  desaparezca y la historia del príncipe y la bella mujer extranjera, acalle los violines y los chelos tensos que no la dejan dormir. Nada queda detrás de ella sino su pasado. Lejos están los recuerdos que con angustia vuelve realidad. Lejos está su familia y cerca el acoso de las armas invasoras. Desde el rincón del mundo en el que se encuentra decide ya no ser aquella que no es. Es tal vez la invitación a desafiar a un Plutón que no cerrará por siempre las puertas de la vida. Por el contrario es el momento de asumirse como sujeto de cambio y de reconocerse entonces y para siempre en las injusticias propias, alzándose al hombro las ajenas, echando mano a la llave.
"La Llave", del Colectivo Teatral de "Los Cuatro" nos interpela y nos llama a la reflexión, para que aún desde la diáspora en la sala nos sea imposible no intentar escapar en la búsqueda de las llaves que liberen al mundo de la opresión, así más no sea desde el plano del pensamiento.




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Ficha técnico artística:
Dramaturgia: Fabio Liberman, Daniel Mulieri/ Intérprete: Sherry Denis/ Entrenamiento y expresión corporal: Liliana Lago/ Dirección y puesta en escena: Fabio Liberman, Daniel Mulieri/ Iluminación: Rocío Valin. Producción general: Los Cuatro-Colectivo-teatral.
Web: http://www.facebook.com/loscuatro.colectivoteatral.
Duración: 60 minutos. Paraje Artesón: Palestina 919, timbre 2. Capital Federal, Argentina. Web: http://www.parajearteson.com.ar - Entrada: $ 70,00 - Viernes - 21:30 hs.

Publicado en:
http://www.ambar-revista.com.ar/index.php/noticias/teatro/item/187-la-llave-todo-lo-solido-se-desvanece-en-el-aire