jueves, 21 de mayo de 2015

El fin de ser el origen

Hace ya más de 3 meses que en la Avenida más ancha del mundo se levantó una carpa. Como un monumento a los fantasmas al grito de:- “No nos olviden” se erige, ajena a la cosmopolita Buenos Aires que la tiene como habitante.

En su interior no hay equilibristas ni payasos con narices coloradas y lágrimas de fantasía. Adentro hay un secreto no tan secreto, que nadie pareciera querer contar.

En el interior de la carpa, a espaldas de la estampa de Eva Perón enarbolando un micrófono en el Ministerio de Desarrollo Social, miembros de las comunidades indígenas Qom, Wichí, Pilagá y Nivaclé: originarios de la provincia de Formosa, esperan.

Esperan que en algún momento los derechos humanos que se dicen “para todos y todas las argentinas”, los alcancen también. Esperan pacíficamente, porque la historia les concedió ese lugar: son los ciudadanos de los pueblos originarios, los primeros dueños legítimos de las tierras, el origen de nuestra tierra: el origen.

Al parecer lo de “originarios”, devino por la superchería simbólica del lenguaje en una especie de gentilicio. Los “originarios” dan origen a algo, según la Real Academia Española, y por la conveniencia del mundo occidental y de la imperiosa avaricia colonial, ese algo después es apropiado por otros.
Si fuera solo una contradicción del lenguaje, podríamos editar con tinta lo que en realidad fue grabado con sangre. Pero aquí no hay tal contradicción: lo que existe en cambio es una mentira que, sostenida hace siglos, buscó acomodar en el relato a ese mundo nuevo que no entraba en los mapas para usufructuar el fruto de ese Paraíso virginal que se parecía un poco al de las Escrituras.

América toda, abría a los conquistadores una grieta para repensarse. Sin embargo, ni las ideas de igualdad de las sociedades tawantinsuyanas, ni la riqueza espiritual, ni la ética de solidaridad, ni las experiencias sociológicas de cada rincón del nuevo continente; pudieron interpelar a las individualidades que, por encima de toda pretensión evangelizadora o civilizatoria, pusieron la avaricia y la acumulación desenfrenadas.
“Genocidio” es una palabra que se usa de manera políticamente correcta, como si en su utilización descansara algún tipo de justicia; para nombrar “delitos internacionales que se perpetran con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. Se denomina por ejemplo, “genocidio”, al accionar alemán contra los judíos en los campos de concentración, al Holocausto armenio propulsado por los turcos otomanos,  a la matanza de 800 mil personas en Ruanda en 1994, entre otros.
Son pocas las veces en las que la “limpieza étnica”, las “campañas evangelizadoras”, los “proyectos civilizatorios” que acabaron con la vida de millones de “aborígenes” o “indios” se nombran como “genocidio”.
La pregunta por la mentira inicial, cuya respuesta sigue escrita en pretérito, se remonta en nuestro país al primer gobierno de Rosas en Buenos Aires con las corridas del límite de frontera en la llanura pampeana, interrogante cuyo signo de interrogación se cierra con la “Conquista del Desierto”.  Un joven Roca, que sonríe hoy heroico en los billetes de 100 pesos argentinos, encabezó la campaña que en 1878, se encargaría de planificar estratégicamente el exterminio de las comunidades aborígenes de la Patagonia: las mismas comunidades de mapuches que hoy en Neuquén deben luchar cotidianamente con Chevron, la petrolera que promete explotar yacimientos junto a YPF, que ya fue condenada en Ecuador por contaminar 500 mil hectáreas y afectar las vidas de más de 30 mil indígenas ecuatorianos.


El turno de las comunidades aborígenes del Chaco Argentino llegó con expediciones militares que concluyeron en ocupación del territorio, con el fin de la guerra de la Triple Alianza en el año 1871. La región se hallaba habitada por las comunidades mocovíes, tobas, pilagáes, wichís, chorotes, chulupíes, vilelas, tonocotés, tapietés, chanés y chiriguanos, algunas diezmadas por el paso de los conquistadores.

El estado argentino se dispuso desde el principio a someter a los indios, a los salvajes del territorio nacional y los hizo permanecer al margen, al servicio de una cultura que no les pertenecía, funcionales a una ideología que distaba del sentir de los pueblos aborígenes.

La figura del indio es la figura del vencido: con esa figura enterraban en la estereotipación del conjunto de los dueños de la tierra, las múltiples identidades originarias. Su lenguaje, su música, su vestimenta, su tradición y su cultura eran sepultados en un “Nosotros” que parecía no contemplarlos.


Los pueblos originarios en la historia argentina parecieran ser entonces los pueblos anónimos, los pueblos imaginarios. Son testigos de un tiempo de caza de ñandúes y boleadoras, de peleas aguerridas, de pelos largos y personajes poco simpáticos que se exhiben hoy en la vitrina de un museo.
En la Constitución de la Nación Argentina de 1994 se los reconoce como sujetos de derecho, pero al mismo tiempo y en la misma sintonía de las contradicciones del tiempo que los relegó al punto inicial de la línea de tiempo, se los llama “"preexistentes a la formación del Estado Argentino" como si se tratara de una especie que ya se extinguió. Para la Ley Suprema de la Nación Argentina no existen y gravitan en una especie de realidad paralela donde a la vera del camino, siguen muriendo como moscas. 

No hay cifras exactas, y por cuestiones de “anacronismos”, historiadores e intelectuales discuten la utilización del término “genocidio” aplicado en la historia del sufrimiento de los pueblos originarios. Anacronismo teórico que en la realidad, cuando las comunidades formoseñas de pilagás, qoms, wichís y nivaclés son hoy en día reprimidas brutalmente, perseguidas, asesinadas, desaparecidas y desdibujadas, encuentra su eje.

En la provincia de Formosa, gobernada por Gildo Insfrán desde 1995, el horror es parte del paisaje cotidiano en las comunidades. La muerte de Roberto López, miembro de la Comunidad Potae Napocna Navogoh (La Primavera) por la brutal represión policial llevada a cabo el 23 de Noviembre de 2010, visibilizó la triste realidad de la violencia que el mafioso gobernador ejerce diariamente sobre las comunidades aborígenes de la provincia.
Insfrán, que no entiende de Derechos y menos de Humanos, como si jugase el papel de alguna clase de dios, reparte hectáreas en manos de grandes capitales terratenientes acomodando las fichas de una partida injusta de dominó; desoyendo los reclamos de los verdaderos dueños del territorio, que en la repartija, se ven privados del acceso a hospitales, servicios públicos, de alimentos, del agua, del sueño, de  paz.
Mientras este año se conmemoraba el 24 de marzo los 39 años de la última Dictadura Militar en nuestro país, y millones de argentinos se congregaban en nombre de la Memoria, la Verdad y la Justicia; en la Ruta Nacional 81 en Formosa se reprimía sin asco y con total impunidad, un corte de ruta de la Comunidad Wichi de Ingeniero Juárez.

Pacíficamente y en apoyo al acampe, los hermanos wichíes reunidos en la ruta, soportaron los golpes: la policía no hizo distinción, y golpeó a mansalva a niños, mujeres, ancianos, amenazando de muerte a los silentes manifestantes.
Ya unidos en la lucha por la reivindicación de los Derechos Humanos de los Pueblos Originarios, la Comunidad # QoPiWiNi, denunciaba desde el acampe en Buenos Aires ese mismo día: “En el día de hoy, 24 de marzo de 2015, donde se conmemora los 39 años de la represión y desaparición producto del golpe de Estado del 76, en la Comunidad Wichi de Ingeniero Juárez se reprime con balas de plomo y sin orden judicial, el corte de Ruta 81 que mantenían en reclamo de sus derechos y apoyando el Acampe QoPiWiNi”.

Desde la clandestinidad, perseguidos y marginados;  resisten entonces en plena era de la tecnología: la fanpage del acampe de los Pueblos Originarios apenas supera los 3000 seguidores. Allí se publican las novedades de las comunidades y puede conocerse las fechorías de Insfrán y sus secuaces, y también ponerles rostro a las víctimas de la represión.
Los #QoPiWiNi no son tapa de los diarios, no figuran en la agenda y la constitución que los recuerda desde lo simbólico, ignora los ya 3 petitorios entregados a cada uno de los poderes del estado nacional.
Siguen luchando a pesar de que las cámaras de televisión no aparecen, a pesar de que no se escuchan sus voces en las radios, como si alguien intencionalmente buscara tornarlos invisibles.
Resisten cuando la represión asola las comunidades, cuando sus tierras son desmontadas con fines comerciales, cuando se ven sometidos a la balacera policial que no entiende de diálogos,  cuando son discriminados, cuando no reciben las condiciones mínimas para asegurar su salud, ni su existencia.
Hace más de 3 meses  que estos hombres, mujeres y niños; siguen resistiendo en la vorágine de la ciudad. En la lucha y desde el acampe #QoPiWiNi esperan que la Memoria, la Verdad y la Justicia también se acuerden de ellos y que su dolor que no es imaginario llegue a su fin.


Publicada en Revista Polvo: www.polvo.com.ar/2015/05/el-fin-de-ser-el-origen

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