El culto a la vida, si de verdad es profundo y total,
Es también culto a la muerte.
Ambas son inseparables. Una civilización que niega a la muerte
acaba por negar la vida.
Octavio Paz
La calavera Katrina – José Guadalupe Posadas |
La pregunta por
la muerte es una constante inevitable en la vida. Vivimos con sentido porque sabemos que algún día moriremos, aunque
nadie haya vuelto para contarnos cómo es el viaje. De todos los temas
existenciales; es el de la muerte quizá uno de los más controvertidos y
paradójicamente vitales de la humanidad. No hay manifestación de la vida que no
haya reservado un espacio para representar la magnitud que; en términos
sartreanos “la ya no espera del ser” tiene en esa “espera del ser”: en ese
“futuro que será”. Es por eso que no
debería ser llamativo que el despliegue de celebraciones y servicios para
honrar, festejar o padecer la muerte, escapan los límites de lo imaginable.
El 2 de
noviembre fue el día que México destinó para la celebración del día de los
muertos (el día 1 se conmemora a nivel mundial el día de los Santos inocentes y
el 2 el de los fieles difuntos, en México se destina al recuerdo de los niños
pequeños el 1 y el de los adultos el 2), y es la forma que han destinado a
rendir culto a sus antepasados. Con orígenes que se remontan a más de 40 grupos indígenas, este maridaje
excelso producto de largos procesos culturales entre la cultura mexicana
aborigen y la cultura hispánica, es la vía de escape de los dolores del alma
amerindia. La fecha es coincidente con la época de las cosechas, un tiempo
marcado por la abundancia, tiempo de maíz, de calabaza, de cultivos fértiles, y
de campos frondosos, que devendrán en una lógica por compensar una economía
desorbitante e irracional con rituales agrarios que regulan los procesos
sociales. El día de los muertos en México es una salida alternativa al dolor,
es festejar la abundancia, recordando con alegría la historia de quienes nos
han dejado; historia que se revisita cuando todo el pueblo se viste de fiesta,
y las puertas de las casas se abren de par en par recibiendo a lugareños,
vecinos y extranjeros; cualquiera que pase es bienvenido a sentarse en la mesa,
comer hasta reventar, brindar en nombre del difunto, y se ofrenda un fruto de
los sacrificios y esfuerzos del pasado, que será compartido en el marco de la
fiesta y el carnaval que orlan el júbilo del pueblo que festeja por no olvidar.
Menos
tradicionales y tal vez más comerciales, pero no por eso desinteresadas, son
las costumbres que han devenido en opciones que se han asimilado en las
sociedades más occidentalizadas; desde
ataúdes con los colores del cuadro de fútbol del difunto, hasta espectaculares
cremaciones con servicio de azafata incluido… por el espectacular precio de y
en comodísimas cuotas rezan los anuncios al pie de la avenida. Múltiples son
las ofertas de los canales de tv que también a nivel mundial nos ofrecen
programas que satisfacen la curiosidad de los que tal vez buscan escaparle a lo
inevitable; y hacen de la vida una
negación de la muerte. El fin solo es algo que puede acontecerle a una
otredad; y es por eso que en la creencia de que el ocaso solo puede llegarle a
otros, disfrutan solazándose mientras ven, por ejemplo, como un condenado a
muerte en China, es parte de un reality show en el que se lo acompaña hasta en
las horas mismas en que los ojos se cierran para no volver a abrirse. Son otros
los que nos abandonan para dejar de ver lo conocido, son otros los que ya no son; son otros y no son yo.
Hay servicios en
internet que prometen indicarnos la fecha en la que moriremos, algunos nos
aseguran también adelantarnos el motivo; y en un mundo donde hay muchas,
infinitas contradicciones, donde sobran las preguntas y no abundan las
respuestas, donde ridículo es el segundo nombre de lo cotidiano; es lógico que
suene tentador para muchos.
Sin embargo, y a
pesar de este crisol de posibles respuestas bizarras y de esta descomunal
oferta de desviaciones del más allá; hay todavía opciones para hacer de la
muerte, de su existencia, de su absurdo, una apología de la vida.
Un ejemplo es el
de la serie de HBO, “Six Feet Under” del genial Alan Ball, serie donde una familia
que tiene una funeraria se enfrenta constantemente a la contradicción que
representa convivir a diario; mientras intentan escuchar a su verdadero yo; con
la pérdida, con la angustia, con la agonía de saber que todos los días, y de
las más diversas maneras (es magnánimo el hecho de que cada capítulo empiece
con una forma circunstancial de muerte distinta), la muerte va a apersonarse,
se va a sentar en su mesa, será parte de sus discusiones, de sus elecciones
personales, y en donde, en palabras del director: “(…) será la fuerza de la
vida la que trate de abrirse paso a través de todo ese sufrimiento, dolor y
depresión (…)”. Su personaje principal Nate Fisher (Peter Krause); es sin lugar
a dudas un filósofo errante que hace de la incertidumbre y la oscuridad que lo
rodean un canto surrealista; un estandarte de la existencia, un aguerrido
defensor del ser, en la lucha por nunca abandonarse a lo inevitable del
destino.
La vida es un
constante caminar hacia la muerte (para los pesimistas, intuyo dirán); aunque
también, y desde un punto de vista diría sin animosidades de rigurosidad; la
muerte es posibilidad. La idea de la muerte es en el devenir de lo inevitable y
lo azaroso, lo que nos hace libres. Nos libera del determinismo, y aunque suene
contradictorio; porque no hay Highlanders que hayan superado los márgenes de la
ficción; podemos elegir trascender a la historia, podemos eternizarnos en
nuestra propia humanidad; y podemos alcanzar más allá de la cantidad de días
que vivamos, vivir en el recuerdo de los que quedan. El cómo, queda en
nosotros; tal vez sea lo único que podamos elegir.
Six feet under
trailer promo:
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