miércoles, 30 de julio de 2014

Meditaciones colectivas

Para subir a un ómnibus hay que ser equilibrista por las mañanas, niñera  al mediodía, ajedrecista a la noche, y cineasta al ocaso.
Por la mañana y la tarde, los pasillos se vuelven un entuerto para el amor. Estar enamorado en un 100 a las 7 de la tarde de un día de la semana cualquiera equivale a haber aprobado las 45 materias de la carrera de Física Cuántica. La única forma de amar cómodamente es en otra dimensión.  De manera que el colectivo satisface al más estricto de los enamorados: ya el lector sabe que lo más divertido a la hora del romance es la búsqueda del otro aun cuando está frente a nuestras narices.

Los galanes de colectivo son los que dan el asiento, prestan  el manubrio y manipulan los bártulos para no molestar. El alcance de nivel de seducción está científicamente comprobado que varía en función del rango etario con el que elige solidarizarse. Así un señor que cede el asiento a niños y ancianos y presta el manubrio a jovenzuelas, tiene más posibilidades de enamorar que uno que solo se presta diligente a levantar sus posaderas  cuando sube al transporte una embarazada.
Paraguas y  colectivo no resulta un buen maridaje. Si ha sido utilizado es un 83.24% probable que algunos de los pasajeros se lleven una pequeña ducha de regalo. Es esto tan cierto, como que si ha llovido el portador al sentir las primeras gotas ha levantado la cabeza hacia el cielo como para asegurarse no haya sido un pájaro.
La cantidad de personas cuyas caras “son conocidas” o “suenan” es directamente proporcional a la cantidad de viajes realizados en la misma línea. Llegado el caso, como solución al intríngulis, uno podría entretenerse nombrando secretamente a cada personaje poblando los viajes de carlos, marías, y ernestos: es siempre de vital importancia que alguno se llame Ernesto.
En caso de manifestación, corte de calle o cualquier eventual cambio de rumbo (como esas usuales tormentas de meteoritos que tanto entorpecen el tráfico)  los más tímidos e indecisos, tocaran el timbre y descenderán del ómnibus sin dudarlo primero, para notar que el destino deseado dista a kilómetros, después.
Quienes practican el voyeurismo colectivo, espiando las bicicletas que penden de balcones floridos, los zapatos que cuelgan de los postes de luz, las orbes encantadoras del mundo en la punta de los edificios y los exhibicionistas impúdicos que toman mate en ropa interior; tendrán un 64.14% más de probabilidades de bajar en la parada equivocada que aquellos que no lo practiquen, que de seguro vivirán su viaje sumidos en el oprobio y el tedio urbano.

FIN DEL VIAJE-

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