lunes, 28 de julio de 2014

Meditaciones subterráneas

En el primer vagón, sentada en el último asiento de la última fila que roza el final de la formación, siempre hay una vieja aburrida y tristona que olvida combinar las medias de reno navideño con los zapatos marrones de tacón acordonados.

En el subte la vida transcurre como si a través de sus ventanas se proyectara una película condicionada: cuando el viaje  parece haber alcanzado el punto máximo de ebullición uno debe bajarse.

Está comprobado científicamente que el tramo de la línea D que abarca desde la estación Plaza Italia a la estación de Congreso, una puede enamorarse un 74.27% más que en el tramo que va desde Pueyrredón a Plaza Italia. La diferencia radica en la cantidad porcentual de colonia que los practicantes de medicina que suben en Pueyrredón utilizan.

Por obra y gracia de la tecnología ese ritual de mirarse ya no existe. Los ojos de los otros como Narciso se reflejan, pero no ya en los míos. La pantalla que sostienen y los muestra, les devuelve en cambio un mundo por fuera del que es. Están sin estar, mientras el andén se repleta de gente que ya dejó de serlo.
Así, un ser que lee un libro y lo sostiene, como compartiéndolo deviene en un espécimen deseable en cada álbum de figuritas. 

Las historias de boleros y los romances son pocos. Los galanes son los que ceden el asiento y los héroes los que sobreviven a la infancia que se les va en cada estampita.


FIN DEL VIAJE.-

(Foto tomada en la Línea A por Luis Ramos:
https://www.flickr.com/photos/luhram/sets/72157603570267192/)





2 comentarios:

  1. Muy representativa la simbolizacion colectiva.

    Beso

    Silvi

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  2. Muchas gracias por leerme Silvi! Abrazo contradictorio.

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