viernes, 11 de julio de 2014

Ventanas

"El mundo no se ha hecho para que pensemos en él
(pensar es estar enfermo de los ojos),
sino para que lo miremos y estemos de acuerdo..." (...)
Fernando Pessoa

Autor: Diego Argañaraz Fochi
Titulo: "Ventanas"
Año: 2011 - Tucumàn - Barrio "Los Vazquez"


Amanece y escucho "Clair de lune" de Debussy. Vuelvo a poner "play" y revuelvo el té de dudosa temperatura mientras el cursor sigue titilando en un texto que empecé y por alguna razón decidí no terminar. 
Los primeros hilos de sol se cuelan por mi persiana, y lo que se me figura no son arcoiris donde pájaros azules vuelan. Desde ayer que ví la foto, no puedo quitarme sus ojos de la cabeza. 
Como los guardianes de Hera no duermen. Trascienden fronteras y aunque un "petit prince" nos haya dicho que lo "esencial es invisible a los ojos" porque se ve mejor con el corazón, estos ojos me ven como si  fuese transparente. Me atraviesan por completo. Acceden al pasillo de los jardines de mi niñez donde me escapo por la ventana a la hora de la siesta.
 Adivinan. Adivinan que las estrellitas que enciendo en Año Nuevo se apagarán de una vez hasta el otro año como los cerillos de esa niña del cuento que me contó el abuelo, que se apagaban pero de a una por vez.
Adivinan que por la gracia de la naturaleza, las flores de la Boungainvillea spectabilis, que me presentan como "santa rita" igual que la santa que "lo que da después lo quita";  serán violetas, rosadas y después rojas con el devenir de los días, de las estaciones, y con el caer de las ilusiones y las hojas.
Aciertan cuando suponen que las burbujas que soplo con demasiado entusiasmo nunca emprenderán vuelo, y que en cambio, aquellas que sople despacito alcanzarán a desdibujarse entre las nubes en silente adiós. 
En acompasado vaivén arremeten contra el mundo desde arriba de la hamaca con los pies colgando, y contemplando desde lo alto los árboles chiquitos y las casas diminutas como en un cuadro. El mismo mundo que con arritmia atinarán a alcanzar por lo bajo, con el mareo existencial que provoca el chocárselo de frente.
Son testigos entre las sábanas blancas, de mis pies que se escabullen embarrados para fingir que sí dormí, y que no pasé  la hora de la siesta  tocando la melodía al viento, en el piano imaginario que se me hace el cielo, de ese Chopin eterno que en situaciones se me hace eco hoy.
Se cierran para  la abuela que viene a despertarme y que me llama a abrirlos a la hora de la merienda. Es hora de merendar y de olvidar las flores, las burbujas, las nubes y las teclas de los pianos que no existen. 
No son las cinco en punto pero es la hora del té. El mismo de dudosa temperatura que tomo ahora, mientras a través de sus ojos sueño despierta que espío por las hendijas de la persiana que da al jardín en el que entre santa ritas y árboles de mora ya crecí, aunque no quisiera.
  

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