sábado, 18 de octubre de 2014

Minitas mode on

¿Por qué John McClane después de ver que su mujer lo abandona puede estar pendiendo de la torre de Nakatomi y de cuanto edificio se le cruza, puede coserse las heridas de la pierna con alambre, y caminar rengo salvando la ciudad disparándole a rusos y japoneses; y Kate no puede evitar el someterse a un viaje en avión, con lo mucho que teme a volar, a un lejano París sin saber una palabra de francés, donde le roban todo su dinero y es humillada vilmente en un restaurant repleto de gente cuando su novio decide que ya no la ama?
Desde el cine pareciera confirmarse aquello que desde el sentido común se sugiere un biologicismo: las mujeres amamos demasiado, sufrimos y padecemos, en palabras de una empeñada en la idea de que es ridículo ya no volver a verlo Montero: “excesos de idealización”. 
La transición es anómala. Las cuotas de dolor, llanto, insomnio, toneladas de chocolate, Alplax y hambre, quedan sujetas a la evaluación de la portadora del ex príncipe devenido nuevamente batracio.  
Mientras tanto, y dado que la intención de la autora no es escribir una nota al estilo “Sex and the city”, repasaremos ejemplos de esas películas que en el meanwhile nos aportan un mapa en la búsqueda; todas ellas protagonizadas por la reina de las películas románticas, (sí! Adivinaron, es Meg antes del botox Ryan). 

“Cuando Harry conoció a Sally” (1989)

Cuando se conocieron, su historia cambió los parámetros de más de un Harry. Las Sallys se vieron envueltas por un remolino de confesiones de mejores amigos que decidieron que dadas las circunstancias, la amistad entre el hombre y la mujer sí debía ser un imposible, y que ya carecía de todo sentido el buscarle la excepción a la regla. Protagonizada por Billy Crystal y guionada por Nora Ephron, los diálogos fluyen con hilarante naturalidad entre orgasmos que se fingen en público y confesiones que se multiplican en cada escena. La más memorable, aquí a continuación, corre por cuenta de la casa.
Harry: - “Amo que tengas frío aunque estemos a 24 grados. Amo que te tome una hora y media ordenar un sandwich. Amo la arruga que se forma sobre tu nariz cuando me miras como si estuviera loco. Amo que después de pasar un día contigo, mi ropa conserve el olor de tu perfume. Y amo que seas tú la última persona con la que quiero hablar antes de dormir. Y no es porque este sólo, y no es porque sea la víspera de Año Nuevo. Vine aquí esta noche porque cuando te das cuenta de que quieres pasar el resto de tu vida con alguien, quieres que el resto de tu vida empiece lo antes posible”.



“Sleepless in Seattle” (1993)

Horriblemente traducida como “Algo para recordar” o lo que es peor “Sintonía de amor”, merece un lugar en el podio. Con 2 nominaciones al Oscar, es la historia de un viudo e insomne Tom Hanks y su hijo Jonah. Es Navidad y Jonah llama a la radio, su padre no duerme en Seattle, necesita pedirle a Santa una novia para su papá. Annie está en Baltimore, pero a pesar de la distancia escucha el llamado y no puede evitar sentir esa señal que le dice que Walter su prometido no es con quien debe casarse. De todas las películas, es esta la que de manera más masoquista nos alienta a completar esos puntos suspensivos de los que hablábamos. El tipo está en Seattle y tiene un hijo. Tal vez podría ser un psicópata. Ella está en Baltimore, a punto de casarse, pero necesita sentir esa “magia” que vio tantas veces en las películas, con Cary Grant en el Empire State en “Algo para recordar” (“An affair to remember”: aunque tampoco vale la traducción). Otra vez Nora Ephron y un guión que se adapta a cada una de nosotras y nuestros insomnes de Seattle y más acá.


“Tienes un e-mail” (1998)

Kathleen y Joe aún no son víctimas del “visto” en Facebook, pero no paran de clickear en el “inbox”. Cada correo electrónico es un antes y un después en el día que les espera, cada uno en sus ocupaciones. Lo que desconocen, es que fuera del ciberespacio se han conocido y detestado. Joe es dueño de la librería comercial que le está arrebatando la tienda de libros infantiles que le legó su madre, y con ella sus sueños. La librería que Joe Fox monta frente a su tienda es sinónimo de la despersonalización, del consumismo, y de todo aquello que a Kathleen no le interesa y que nada tiene que ver con aquel hombre que detrás del cursor titilando empezó a adorar. El filme es una invitación a la reflexión: en cada click se nos escapa un segundo compartido en el intento de evadir el paralizarnos ante el estupor que nos produce el encuentro, el desencanto, el desamor, el miedo, que son las delicias que en realidad nos llevan a sentir lo que nos hace humanos.



Estas son algunas ilustraciones de lo que nunca será auténtico, las fotografías de una pretensión disparatada, el tipo ideal de una caricatura funcional a la neurosis, que sin embargo pañuelo en mano y amiga al teléfono, se han convertido en un clásico que acude a la calma del deseo de ser mucho más que uno en un mundo donde cada vez más se nos enseña a la distancia a relacionarnos por separado.


No hay comentarios:

Publicar un comentario